domingo, 13 de junio de 2010

Crónicas de la Ciudad Dormida: Rojo Sitiens, Azul Parca

Bueno, aquí está el capítulo 2 de Crónicas de la Ciudad Dormida. En ésta ocasión Lyla recuerda un trágico episodio de su pasado.
En cuanto a Angel's Soul, dentro de poco acabaré el capítulo 2. No, no es broma, ésta vez es de verdad.
No os molesto más, os dejo con Crónicas de la Ciudad Dormida.


2
ROJO SITIENS, AZUL PARCA


3 de julio de 1920.
Dorset


Mis padres acababan de darme la noticia: me iba a estudiar a la Gran Academia, donde aprendería a potenciar mis poderes y a convertirme en una Handhaber poderosa. Nos habían dado la beca a Quirina y a mí, aquello era increíble. Corría aceleradamente detrás de mi amiga. Queríamos contárselo todo a Gael, pero Quirina empezaba a dejarme atrás. Siempre me había superado en actividades físicas, pero yo tampoco había hecho nada para evitarlo.
-¡Quirina, espera! ¡Quirina!
Mi amiga Sitiens relajó el ritmo hasta pararse. No parecía cansada. Me aparté del camino de tierra para poder sentarme sobre la fresca hierba verde que crecía junto a todos los caminos de Dorset.
-¿Quieres parar un rato?- preguntó ella-. Podemos hablar con Gael más tarde.
-¿Y entonces por qué te empeñaste en llegar allí tan rápido?
Quirina rió. Le parecía cómico verme sin aliento. A veces su naturaleza de Sitiens podía llegar a ser un poco siniestra. Se sentó a mi lado.
-¿Cómo crees que se lo tomará Gael?- pregunté yo.
-Seguro que bien. Es un privilegio que nos hayan dado la beca. Allí estudian niños ricos y superdotados.
Al decir “superdotados” Quirina no quería decir intelectualmente, sino la habilidad a la hora de controlar sus poderes. Ella sí era una superdotada en ése aspecto, pero yo… Apenas era capaz de atraer hacia a mí un vaso de agua sin derramar el contenido. Había aprobado el examen teórico por mis propios medios, ya que en el pueblo tenía fama de estudiosa. Pero había superado el examen práctico gracias a Quirina.
-No me refería a eso- dije yo con la cabeza gacha-. Vamos a estar tres años estudiando fuera, y apenas tenemos vacaciones… Me preguntaba si Gael nos echará de menos. Nos ha ayudado mucho con los exámenes. Nos dejó usarle para poder practicar nuestros poderes…
-Tú todavía te sientes culpable por alimentarnos de él. Si alguien aquí tiene que sentirse culpable, ésa soy yo.
-¿Tú?
-La que le ha chupado la sangre soy yo. Tú al menos te alimentas de algo que no es físico.
“Alimentarnos”… Aquella era una palabra muy fuerte, pero a Quirina no parecía importarle. Nuestro amigo nos había permitido tomar de él lo que necesitábamos, y a mí no me gustaba. Para mí era incluso peor ver en sus ojos cómo le arrebataba su fuerza que ver cómo Quirina le hincaba los dientes en el cuello. Yo siempre me andaba planteando ése tipo de cosas y nunca llegué a tener claro si realmente era correcto tomar los recursos de los humanos, aunque fuera para protegerlos. Estaba continuamente comiéndome el coco con dilemas existenciales, y no había mucha gente que compartiera ése tipo de pasatiempo, a excepción de Gael. Manteníamos conversaciones verdaderamente complejas que se escapaban incluso para los desarrollados sentidos de Quirina. Al final por respeto a ella decidimos dejar ése tipo de conversaciones para cuando estuviéramos solos.
-¿Te sientes culpable?- pregunté yo.
-En absoluto- respondió de inmediato y sin dudar.
Sonreí por no llorar. Quirina era realmente directa y no se andaba con rodeos. Todo lo contrario a mí, tan formal con los extraños. Fría incluso, con aquellos que me miraban como a una extraterrestre e intentaban hacerse los listillos conmigo, o bien con los culpables de aquello que yo llamaba “negligencia existencial”. Me había ganado a pulso el título de vacilona de la comarca, aunque lo malo era que la mayoría de las personas no me entendían cuando hablaba.
-Hablas como un vampiro- dije yo medio en serio medio en broma.
Mi amiga rió. No era tanto un vampiro como ella se pensaba. Acabaría envejeciendo como cualquier mortal. Los crucifijos, los ajos y las estacas de madera no la asustaban. Tenía eso que todos los que vivimos en éste planeta tenemos en común. La gente lo llama “humanidad”. Supongo que los que inventaron ése término no conocían a los Handhaber, ni a los Sitiens, Parcas o Veteraror. Estas cuatro especies surgieron después que los humanos. Los textos los describen como monstruos que aparecieron destruyendo a los humanos y causando el pánico entre las primitivas ciudades y pueblos de aquella época. Las pinturas antiguas mostraban criaturas terroríficas que nada tenían que ver con los humanos. Los libros de historia decían que acabaron tomando forma humana y se integraron en la sociedad. Nuestro cuerpo es lo que las cinco especies tenemos en común. Salvo en algunos detalles era prácticamente imposible diferenciar a un Veterator de un Humano

Quirina se puso de nuevo en pie y sin previo aviso comenzó a caminar de nuevo hacia la casa de Gael. Yo hice lo mismo y la seguí.
La puerta estaba abierta cuando llegamos. Oímos débiles sollozos que llegaban desde el interior de la casa. Un rastro de sangre había quedado impreso en el suelo junto huellas de manos y zapatos, de agresores y víctimas. Quirina se quedó tiesa y su piel empalideció más que de costumbre. Incluso yo noté cómo el aroma de la sangre, imperceptible para mí, entraba por sus fosas nasales despertando a esos instintos olvidados que impulsó a los monstruos del pasado a cometer atrocidades contra los humanos.
-¿Es duro?- pregunté.
-Sí- dijo con dificultad. Habíamos estado entrenando sin Gael y Quirina notaba la diferencia-. Sobrevivirá.
Ella se refería a Gael y a los humanos que hubiera en la casa. Asentí. Ella se tapó la nariz. Yo odiaba que mi amiga hablara de terceras personas cuando tenía sed. Me ponía nerviosa la poca seriedad con la que hablaba de la vida y la muerte y el desparpajo que tenía de referirse a las personas como si fueran comida.
Los sollozos provenían de la segunda planta. Subimos a toda velocidad tan rápido como nuestras piernas ya cansadas por la carrera nos permitieron. Quirina llegó primero. El rastro nos llevó hasta la habitación de los padres de Gael. Allí, en el suelo, dos cuerpos descansaban en ensangrentados y sin vida mientras Gael llamaba a sus padres que ya no podían oírle. ¿Quién había cometido semejante atrocidad? Quirina luchó contra sí misma y sus instintos de alimentarse y yo la empujé fuera de la habitación, instándole que fuera a buscar ayuda. Yo me di la vuelta y tomé a Gael entre mis brazos como buenamente pude, Gael era más grande que yo. Estaba empapado en sangre y no conseguía articular palabra. Su cara, que acostumbraba a lucir una sonrisa tranquila, ahora estaba contraída en un rictus de dolor. Comprobé el pulso los cuerpos, aunque no hacía falta, yo ya sabía que estaban muertos. Traté de ocultar la cara de Gael en mi pecho para que no los pudiese mirar mientras rezaba para que Quirina volviese pronto y nos sacase a mi amigo y a mí de aquella desafortunada pesadilla. Y yo sabía perfectamente qué tipo de personas había hecho aquello. El matrimonio ahora sin vida estaba cubierto de mordeduras por todo el cuerpo. Las heridas ya no sangraban porque sus cuerpos estaban vacíos. Aquello era obra de Sitiens.


Exactamente tres años después.


-Lyla, levanta- Quirina me llamaba.
¿Qué era ése sonido? Repetitivo, continuo. De pronto me acordé. El tren. Aún me pesaban los párpados como si fueran dos cortinas de plomo. A través de ellos pude distinguir algo de luz. Ya no era de noche. Abrí los ojos despacio y vi a Quirina frente a mí. Sus ojos del color de la sangre brillaban como rubíes y en su cara se dibujaba una inusual y serena sonrisa
-Hay algo que debes ver- susurró.
Me incorporé y me dirigí hacia donde Quirina apuntaba con la cabeza: la ventana.
La luz del alba rayaba el horizonte con matices rojos y violetas. Las praderas verdes se extendían hasta donde se perdía la vista y se podían distinguir las casas blancas de mi amado Dorset. Alrededor del centro y a través de toda la pradera pequeñas casitas despertaban después de la tranquila noche. El río plateado refulgía con las luces del amanecer y cruzaba rompiendo el verde intenso llevando un agua tan fresca que desde el tren uno ansiaba sumergirse en ella y dejarse llevar por la suave corriente. Volvía a estar en casa.
Un rato más tarde Quirina y yo bajábamos del tren. La estación estaba llena de gente. Quirina y yo buscábamos a Gael, que había prometido por carta venir a recogernos. Mi amiga olfateaba el aire en busca de su esencia, pero en la estación llena de gente los olores se mezclaban.
La dejé con su rastreo y me dispuse a buscarle por mi cuenta. En estación había muchas personas, pero mi amigo no aparecía por ningún lado. De repente, sentí algo que se agarraba a mi mano. Algo pequeño, suave. Una manita. Miré junto a mí y vi a una niña que llevaba un vestido blanco y cubría su cabecita rubia con la capucha de una capa negra. Me miró con unos ojos azul Parca. Se puede saber la especie de algunas personas según su color de ojos, aunque no era una información siempre fiable. La pureza del color depende de que todos los antepasados de uno sean puros de una especie o no. Un antepasado humano vale para oscurecer los ojos de una Parca. No existen los mestizos, si un humano se junta con un Sitiens el resultado será un bebé humano, pero no se sabe de qué especie será el hijo de una pareja Veterator-Handhaber o de cualquier otra especie con habilidades adicionales. Aunque el caso de aquella niña era el de una Parca perfecta, con los ojos tan azules que eran casi blancos, brillantes, difíciles de mirar durante mucho rato.
Me quedé sin saber qué decir, mientras la niña, con una sonrisa perspicaz y misteriosa, pero a la vez infantil, me arrastró a través de la estación, completamente en silencio con movimientos ágiles, a diferencia de los míos, que al llevarme de la mano me obligaba a ir encorvada, tropezando continuamente a través del suelo de piedra. La misteriosa niña encapuchada me arrastró hasta un rincón apartado de la estación, donde otra figura encapuchada, mayor que la de la niña, estaba de pie en una esquina.
En ese momento pensé en gritar pidiendo auxilio, pero el revólver que la figura mayor me mostró ahogó mi grito.
-No temas- dijo una joven voz varonil bajo la capucha-. Ven con nosotros y no te pasará nada.
-No pienso ir con vosotros.
Traté de retroceder, pero alguien me sujetó. Ahora eran tres. El pánico inundó mis pulmones y mi respiración se aceleró. Habían sido listos, me habían alejado lo suficiente de Quirina para que no se pudiese percatar de que yo estaba en peligro. Y para ello habían usado a la niña. Maldición. Había caído en una trampa de lo más estúpida. Quirina se hubiera reído de mí de haberme visto.
-Cálmate, Lyla. No te haremos daño si haces lo que te pedimos y vienes con nosotros- dijo la persona que me había cerrado la salida por detrás. Era una mujer.
-Sígueme- dijo juguetona la niña empezando a andar dando pequeños saltitos. Había algo en ésa cría que me inquietaba, que me hacía temer. Tendría más cuidado con ella de entonces en adelante.
La mujer detrás de mí me empujó levemente hacia el frente y me ordenó que caminase. Ambos, el hombre y la mujer, se situaron detrás de mí para vigilar que no escapara, mientras la niña me guiaba hacia la salida de la estación. El día soleado empezaba a nublarse para mí. Frente a nosotros había un coche negro con un escudo pintado en la puerta. Era algún tipo de emblema nobiliario que me sonaba de haberlo visto antes en algún sitio. El hombre se adelantó y abrió la puerta trasera del auto y me hizo entrar. ¿Por qué yo me metía en aquellos líos?

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