jueves, 5 de agosto de 2010

Crónicas de la Ciudad Dormida: capítulo 4

Bueno, por fin está aquí el capítulo 4 de Crónicas de la Ciudad Dormida. Este ha sido un capítulo que me ha gustado mucho escribir, porque, la verdad, es que voy totalmente a lo loco. Al acabar el capítulo 3 ni siquiera sabía el por qué del "secuestro". Espero que os guste. Y espero también que ésta vez comentéis, porque ¡nunca comenta nadie!. Deseo saber vuestras opiniones sobre la historia, los personajes... bueno, sobre todo. ¡Postead por favor!


4
UN PASADO OSCURO


Un rato después, el coche paró frente a una mansión de aspecto palaciego. En ella se mezclaban grandes columnas de mármol, enormes ventanales y hermosas vidrieras que desde la lejanía resplandecían con el sol liberando brillantes colores resplandecientes. En la fachada se apreciaba un fresco que representaba elegantes figuras danzantes que flotaban al son de una melodía detenida hace tiempo y en el centro del cual estaba representado en relieve el emblema de la casa de Blackswan: el cisne negro sobre el refulgente cielo escarlata.
Me hicieron bajar del vehículo y avanzar hacia la gran mansión. Giovanni y Anne caminaban a mi espalda, mientras Andrea se movía a saltos de bailarina delante de nosotros. Los jardines a nuestro alrededor se extendían más allá de lo que mis ojos podían alcanzar. En él se cultivaban flores y árboles frutales de todas las especies posibles, algunas incluso desconocidas para mí.
Pero tanta belleza y clase condensada no me hizo olvidar el miedo que sentía: estaba en un lugar extraño, rodeada de gente extraña en unas circunstancias también extrañas. Rezaba para que Quirina hubiera reparado en mi ausencia y comenzado una búsqueda, aunque ni yo misma supiera con mucha exactitud donde me encontraba y no tenía mucha esperanza en que Quirina llegara a pensar en la posibilidad de secuestro. En las afueras Dorset había una gran parcela cuya entrada estaba velada a todo el mundo en la cual yo ya estaba casi segura de estar. Sus dueños habían permanecido en el anonimato hasta ese momento. El número de hectáreas que ocupaba era una verdadera leyenda urbana en todo el condado: la cifra oscilaba entre mil y un millón. ¿Y si ni siquiera la policía era capaz de encontrarme allí?
Crucé el umbral de la casa y un agradable aroma dulzón impregnó mi olfato y el resto de mis sentidos. Olía a todo lo lujoso, majestuoso y elegante que pudiera existir en el mundo. Esa casa era el orden, cada detalle parecía cuidadosamente pensado para encajar en su sitio. Los muebles blancos eran iluminados por los colores de las vidrieras que se veían desde fuera dando la sensación de estar en un palacio hecho de luz. Por los pasillos se veía a algunas criadas con sábanas blancas en los brazos o jarrones de porcelana con rosas frescas, el chico de los recados que volvía del pueblo y un muchacho que leía en uno de los salones, todos se movían como si fueran engranajes de una máquina perfectamente sincronizada.
Giovanni y Andrea se apartaron, dejándonos solas a Anne y a mí. Ella pasó a caminar delante y me guió por unas escaleras de caracol que subían en espiral hasta el infinito. Después me guió por un laberinto de pasillos adornados con innumerables cuadros, espejos y plantas de toda clase. Casi me dio la sensación de que me estaba haciendo que camináramos en círculos a propósito. Empezaba a darme cuenta de que Anne era bastante bromista, pero algo me decía que no siempre me iba a hacer gracia su sentido del humor.
Finalmente, nos detuvimos frente una puerta de madera (que me dio una cierta impresión de haberla visto antes, tal vez de haber pasado por delante… varias veces).
Anne llamó con los nudillos y una voz desde el interior indicó que entráramos. Se trataba de un despacho con las paredes forradas de madera oscura, con muebles a juego. Sentada tras una pesada mesa de roble, una mujer de unos cincuenta años terminaba de escribir una carta. Su pelo era plateado, recogido en un moño detrás de la cabeza. En su rostro surcado de arrugas aún quedaban signos de lo que había sido un rostro de ángel en su juventud, y que aún hacía eco en los rasgos de la dama. Sus ojos relucían como dos cristales color violeta de una poderosa Veterator. Su figura, aunque pequeña, era imponente y rebosaba autoridad. Era una mujer digna de temer de tenerla en el bando contrario, y como yo no sabía si era mi enemiga o no, eso me hacía temerla aún más. Aunque no fuera exactamente miedo lo que sentía hacia esa mujer. No era el miedo que un niño puede tenerle a la oscuridad o a los monstruos de debajo de la cama, era el temor que uno siente por el mar, que es grande y poderoso, al cual te puedes acercar e incluso meterte en él, pero siempre respetándole, porque si no tienes cuidado te puede llevar hasta las profundidades y no dejarte salir jamás.
Tras un gesto de su mano, Anne retrocedió y salió de la habitación. Yo la seguí con la mirada, suplicándole con ella que no se fuera. Ella se limitó a mostrar una sonrisa de duende y cerró la puerta. Me volví hacia la mujer sin atreverme a abrir los ojos. Conté hasta tres, suspiré y la miré directamente. Yo no era tan débil, y tras el susto inicial, había decidido no dejarme intimidar.
Los ojos de la mujer se posaron sobre mí como un plomo, pero ésta vez no bajé la vista. Ella pareció divertida, pero continuó inmutable como una roca.
-Toma asiento, Lyla Icewolf- la señora señaló a una silla forrada en terciopelo rojo oscuro que había frente a su escritorio. La obedecí y me senté-. ¿Sabes quién soy yo?
-No estoy segura de ello, señora. Pero creo que puedo deducirlo por el estandarte que esta casa luce por todas partes.
No conseguí esconder la sorpresa. Ella conocía mi nombre y mi apellido, y los pronunciaba con toda naturalidad, como si me conociera desde siempre y hubiera pronunciado mi nombre durante años. Rió suavemente antes de volver a responder.
-Soy la condesa Cordelia Anne de Blackswan.
-Es un honor, señora.
-El honor es mío, Lyla- la condesa de Blackswan se levantó, rodeó la mesa y se colocó delante de mí-, si tú eres la hija de Mariane Icewolf.
La condesa reparó en mi sorpresa. Y, aunque yo no tenía intención de decir nada, ya que las palabras no llegaban a mi boca, se llevó un dedo a los labios en señal de que no dijera nada.
-Buena postura.
-¿Perdón?
-Shhh. No es el momento de hablar.
Bajé la vista y me cosí mentalmente los labios. La condesa no quería que la interrumpieran.
-Espalda recta, tobillos juntos, manos sobre el regazo. Tus ojos son fuertes aunque tus labios tiemblan. Hace dieciocho años, una muchacha, por aquel entonces llamada Mariane Whiteheart, estaba sentada exactamente igual que tú en ésta misma silla. Por aquel entonces yo acababa de dar a luz a mi hijo Keith, y mi marido, que llevaba a cabo mi propuesta de crear y llevar las FEH, falleció apenas un mes antes. Por aquel entonces las recién nacidas FEH peligraban sin alguien que las dirigiera.
“Buscaba un ama para mi hijo, y tu madre, que apenas contaba los dieciocho años acudió a mí, necesitada de empleo. Era una Parca elegante y educada. Toda ella era dulzura y cariño. Muchas mujeres, mucho más mayores que ella, la mayoría viudas y con experiencia como madres habían venido a visitarme pidiendo el empleo. Pero Mariane tenía algo que las demás no tenían: la alegría de la juventud. Las demás habían vivido y criado a hijos que ya no estaban en sus casas y habían pasado la mayoría a ignorarlas por completo. Todas amargadas. Todas agotadas. Tristes. Mariane, aunque pobre en pertenencias y fortuna, era rica en amor e inteligencia. La alojé en mi casa y eché a las demás sin pensármelo dos veces. Me pidió que dos terceras partes de su sueldo se enviaran a una casa en un pueblo llamado Dorset. Aunque me pareció extraño, accedí. Se enamoró de mi Keith nada más verle. Lo cuidó con alegría y ternura cuando yo no pude hacerlo. La llegué a querer como a una hermana y Keith como a una madre.”
“Lo que más lamento en mi vida era no haber podido disfrutar de los primeros años de la vida de mi primogénito. En cuanto las FEH se hicieron fuertes y aprendieron a caminar por sí solas, dejé el mando en alguien de confianza y volví a ocuparme de los asuntos de mi casa. Entonces Keith acababa de cumplir tres años. Ya sabía hablar como un niño mucho mayor a su edad, y también leer y escribir. Tu madre le había enseñado tan bien y Keith la quería tanto que no quise echarla de la casa, aunque su servicio ya no fuese necesario. Pero no todo podía ser perfecto siempre. Apenas un par de meses después me pidió permiso para tomarse un descanso. Yo se lo concedí, ya que llevaba tres años trabajando sin descanso. Me dejó un retazo de papel con una dirección escrita en él y desapareció”
La condesa interrumpió su relato ahí y permaneció en silencio. Estaba de pie detrás de mí, con la mano apoyada en el respaldo de la silla. Oí un sollozo ahogado y al volverme comprobé que la condesa luchaba por contener las lágrimas. Poniendo todas sus fuerzas en conservar su entereza por unos momentos más, se arrodilló delante de mí para finalizar su relato:
-Meses después, unos días antes de la fecha en la que Mariane dijo que volvería, decidí hacerle una visita a la querida ama de mi hijo. Me llevé a Keith al pueblo en un coche muy parecido al que te ha traído aquí. Cuando llegué a la casa, me recibió un joven y apuesto Handhaber de ojos dorados que me permitió entrar a regañadientes. Cuando la vi, estaba tumbada en una cama con un precioso bebé en brazos. Aquel bebé eras tú, Lyla.
“La comadrona aún se despedía de tu madre cuando yo llegué. Mariane palideció al verme, y yo también lo hice. Me confesó que llevaba casada cuatro años y su verdadero nombre era Mariane Icewolf. Cada vez que iba sola a hacer algún recado iba a escondidas a visitar a su marido. Me había pedido las vacaciones al enterarse de que estaba embarazada de ti. Como ama me había hecho la promesa de no hacer jamás semejante cosa como buscarse otra familia fuera de las puertas de la casa de Blackswan, y yo me sentía traicionada. Keith ni siquiera entendía lo que pasaba. Estaba fascinado con el bebé, era la primera vez que veía uno. Educadamente, le dije que no era necesario que volviera a mi casa y me fui de allí con Keith llorando en mis brazos, que quería quedarse con su amita. Nunca volví a verla. Más tarde descubrí que había conseguido el empleo a costa de mentir para poder mantener a sus padres enfermos, ya que con el sueldo de su marido, Jonh Icewolf, apenas ganaban para comer los cuatro y para los costosos tratamientos médicos de los ancianos, que murieron cuando Mariane llevaba en la casa dos años. Ella sentía que tenía una responsabilidad con Keith y por eso se quedó hasta que llegaste tú. Sólo espero que puedas perdonarme por haber hecho sufrir a tu madre, ella nos quería tanto a todos en la casa…”
Por el rostro de la anciana caían dos pequeñas lágrimas cristalinas. Toda ella reflejaba dolor y arrepentimiento.
-¿P-por qué me cuenta esto ahora señora?- pregunté desconcertada-. Han pasado muchos años desde eso. No tiene por qué sufrir, puedo asegurarle que mi madre fue feliz hasta el día de su muerte. No acabo de entender por qué…
Mi voz se quebró. Era demasiado duro contemplar a aquella mujer, cual león herido arrodillada frente a mí, aferrándose a su pañuelo. La ayudé a levantarse y enseguida recuperó su fortaleza usual. Te dirigió a una de las ventanas mientras acababa de recomponer sus facciones en el orden de siempre, inmutable, majestuoso.
-Te he seguido la pista durante todos estos años. Traté de darte un futuro feliz y una vida fácil como la que le negué a tu madre. Yo me encargué de que se te concediera la beca para que pudieras ir a estudiar a la capital. Yo lloré la muerte de tus padres cuando murieron en aquel incendio hace un año. Yo pedí a tus profesores que te recomendaran para las FEH.
-Entonces ¿me está diciendo usted que no he hecho nada por mí misma en mi vida? ¿Que todas las cosas buenas que me han pasado han sido gracias a usted que desde una sombra ha intentado reparar un error cometido cuando yo acababa de nacer?- mi miedo y desconcierto se habían convertido de repente en irritación. Cuando me quise dar cuenta estaba de pie y mi voz se había elevado más de lo necesario- ¿Es que me está llamando inútil en mi cara…?- concluí en un susurro antes de que mi garganta dejara de emitir sonido alguno para dar paso a los sollozos contenidos en mis ojos inundados de lágrimas traicioneras.
-¿Quién fue la que sacó la mejor nota en el examen de admisión de la Gran Academia que sólo pasa el veinte por ciento de los alumnos que lo realizan? ¿Quién se graduó con matrícula de honor en ella? ¿Quién se hizo cargo del funeral de sus propios padres y consiguió sobrevivir por sí sola, aceptando un tutor anónimo que le pasaba una escueta pensión cada mes y se mantuvo con ella a sí misma y su mejor amiga cuyos padres habían desaparecido? ¿Quién fue la que salvó de la desesperación a su mejor amigo que había encontrado los cadáveres de sus padres en su casa cuando tenía trece años? No digas jamás que eres una inútil, Lyla Icewolf. Eres una luchadora que jamás se rendirá.
Guardé silencio. Aquella mujer lo sabía todo a cerca de mí de una manera que asustaba. ¿De dónde demonios había sacado toda esa información?
-¿Debo entender que es usted mi tutora anónima?- dije sentada de nuevo en la silla y recuperé la tranquilidad.
-Yo no soy tu tutor anónimo, lo siento.
-Pero sabe quién es.
La condesa asintió, pero no tenía ninguna intención de decirme quién era.
-Condesa ¿me ha llamado usted únicamente para contarme todo esto?
-En parte sí. Por otro lado, deseaba conocerte personalmente. Pero también quería hacerte una petición.
-¿De qué se trata, condesa?
-Quiero que te unas a las FEH. Aún tengo una estrecha relación con la organización y es el mejor futuro que te queda, y con el que más puedes ayudar a los demás.
-¿Perdón señora? Creí que ya me había recomendado.
-No es una simple recomendación, Lyla. Es una orden. El trabajo en las FEH puede resultar muy peligroso, pero es la mejor manera que se me ocurre de protegerte.
-¿Protegerme? ¿De qué? La primera persona que me ha secuestrado en mi vida es usted, y mi vida es demasiado sencilla y tranquila ahora como para tener enemigos.
-Querida niña, el problema no está en tus enemigos, sino en tus amigos- la miré sin entender. Aquella mujer decía que quería protegerme de algo, de una amenaza que yo ni siquiera conocía. Aún no sabía si creerla, pero en aquel momento estaba desorientada y sorprendida, no tenía ni la menor idea de lo que debía hacer o decir-… hay… cosas que no debes saber, Lyla. Cosas oscuras y peligrosas que deben permanecer escondidas. Algún día lo entenderás.
-Disculpe, ha dicho que el problema son mis amigos. ¿Se ha metido alguno de ellos en algún lío? No entiendo a qué puede referirse, condesa.
Permaneció en silencio, quieta como una estatua, mirando por la ventana. Entendí que la conversación había acabado ahí. Pero no podía terminar, aún no. Yo tenía demasiadas preguntas, y estaba convencida de que ella tenía respuesta para todas. Pero no me atreví a decir nada. Tal vez por miedo, por vergüenza, o quizá sólo quería volver a casa con Quirina y Gael. La condesa me indicó que saliera y buscara a Anne, que me llevaría de vuelta a casa. Entonces, aunque más tranquila y confiada, tenía incluso más miedo que antes, porque ya ni siquiera sabía qué era lo que realmente me amenazaba.